Saint-Tropez y Niza enmarcan este recorrido por el litoral con el legado más artístico de Francia
Litoral de la dolce vita más cosmopolita, la provenza Costa Azul, lleva siglos seduciendo a artistas, espíritus libres y viajeros enamorados de su patrimonio arqueológico, arquitectónico y museístico, su frondosidad alpino-mediterránea y su mar, llamado la Grande Bleue. La lista ilustre de residentes y amantes estacionales de la Costa Azul, desde la chic Saint-Tropez de Brigitte Bardot hasta la espléndida Niza, es vertiginosa. Abarrotada en verano, la Costa Azul se revela en invierno un destino excepcional para una ruta al volante. El recorrido arranca en Saint-Tropez, con una parada previa en los palmerales de Hyères –donde Scott Fitzgerald terminó de escribir El gran Gatsby, y en cuya villa Noailles Buñuel gestó La edad de oro– y otra en el Domaine du Rayol, sobre una de las últimas cornisas del boscoso macizo de Maures.
Dominando el golfo y el macizo de Esterel, el Saint-Trop llamado por los parisinos cuenta con sabrosos barrios de pescadores como La Ponche, junto a la ciudadela. Y también plazas encantadoras, como la del mercado aux Herbes, cuyos puestos de flores, verduras y frutas llenan de color y aroma el ambiente. La plaza más animada es la des Lices, con jugadores de petanca y cafés vigilados por paparazzi interesados en los paseantes de la playa de Tahití, y con locales de picoteo como el Bistrot Canaille, abierto hasta la madrugada en la Rue des Remparts. Entre sus villas destaca la Treille Muscate de la escritora Colette (1873-1954) quien, tras la guerra, luchó por una fiel reconstrucción del puerto donde anclaba su barco Guy de Maupassant, memoria viva del mestizaje entre artistas y mecenas, ociosos y esnobs.A 37 kilómetros de Saint-Tropez aparecen dos enclaves interesantes: el pueblo de Saint-Raphäel, de donde partió Napoleón a su exilio de Elba en 1799; y el vecino puerto de Fréjus, con un pequeño anfiteatro romano además de una curiosa pagoda budista erigida ante el memorial de las guerras de Indochina. Por autopista hay solo 40 kilómetros hasta la mítica Cannes, sede del famoso festival de cine creado en 1939, y su marítimo paseo de la Croisette, lleno de hoteles belle époque (Majestic, Carlton, Martínez...). Los restaurantes de este aristocrático bulevar ofrecen lo más exquisito de la gastronomía provenzal, desde bogavante y ternera tapenade hasta las dulces oreillettes, una masa frita de harina, huevos, anís y mucho azúcar.